domingo, 30 de mayo de 2010

Corazón maldito. Mi primer amor.

Te odio y te amo
dirás cómo es posible
no sé
pero te odio y te amo


Yo era la dentista, y él, mi paciente.
Entre citas y con secretarias entremedio, esperando que le hiciera efecto la anestesia, calmando su ansiedad por el tratamiento, nerviosa porque me gustaba, y mucho, haciendo más lenta la atención por tanta conversación.
Empezó como una relación profesional, que pasó a amistosa; con el pasar de los días, las miradas, esperas y conversaciones, al terminar la profesional, continuaron las salidas, ya pasando a otro nivel.
Él me hizo un trabajo de joyería, muy finamente, con mucho cuidado y a mano, con paciencia infinita.
Yo estaba muy prejuiciada en contra del género masculino, y tenía mucho miedo al amor. La típica historia de hija de mujer separada, resentida y amargada, que traspasa toda esa hiel a la hija única, yo.
Educada entre puras mujeres, tías y compañeras de liceo, de niñas por supuesto. Cero presencia masculina…olvidaba al profe de Religión, un curita viejo y gruñón. Gran aporte.
Recién recibida, jovencita, 22 años, con cambios trascendentes; de contar monedas, al dinero abundante, salidas importantes y extravagantes, sintiendo el mundo a mis pies, cambiando mi vida en un 1000%, y para postre, este amor que venía a desmentir todo lo malo y feo inculcado por mi madre.
Era una relación maravillosa, mi primer amor, perfecta en todo, descubriendo el amor, la amistad, el sexo, el compañerismo; descubriendo y amando al Hombre.
Recuerdo una caminata otoñal solitaria, en el Parque Forestal, creo; sendero infinito, día nublado, cayendo las hojas, volando a nuestros pies, empieza a caer una lluvia fina, y seguíamos embobados caminando, conversando y compartiendo ese momento mágico, en que parecíamos los únicos habitantes del mundo, un mundo nuestro y especial.
Era joven y caballero, buen mozo, muy risueño y galante; amoroso, que recordaba con mimos y regalitos esos pequeños aniversarios: primer mes, primera salida, primer beso, mi santo, etc. etc. y sin motivo muchas veces.
Y convertía mi vida en risa y alegría, con su amor y su humor.
Lo único que yo esperaba era el término de la jornada de trabajo, para vivir esta magia que embellecía mi mundo. Trabajaba con esa cosa rica en la guata, esperando la hora de nuestras citas, ansiando su presencia, sus palabras y sus caricias.
No había cansancio, no existían los problemas ni sinsabores, no había espacio para nada más que él y yo. Todos los días y fines de semana lo mismo, una rutina amorosa maravillosa.
Con él aprendí a conocer la pasión, la pasión sexual, a sentirla y a perderle el miedo.
En un par de citas hubo preámbulos amorosos más serios, pero quedó en eso…preámbulo…
Yo, me puse a llorar y él, amoroso a morir, me consolaba tiernamente y calmaba mis miedos a esa primera vez, a ese temido, desconocido y sobrevalorado sexo carnal.
Hasta la noche fatal…¿por qué la noche es tan mala?
Llego a casa y mi madre me dice: siéntate, y tenía una cara de circunstancias y un tono q no presagiaba nada bueno.
-¿Qué pasa? ¿Peleas con las tías-abuelas?? …Lo digo con impaciencia y cierta prepotencia… de nuevo las mismas leseras pienso.
Y me responde: llamó la señora de este joven.
-¿Qué joven?...no entendía nada.
-Él que sale contigo pues (llevaba como un año de pololeo y para ella, era aún el que salía conmigo…jajaja)
Ahí recién caí, literalmente.
Sentí un mareo, y un vacío, un pozo negro que se abría y me tragaba, y no quería salir de allí, días y días, llorar y llorar…no quería nada, ni cumplir con mi trabajo ni con nadie.
Día, noche, día, noche…no sé cuantas…perdida, no quería verlo ni oírlo, ni saber nada de él.
Ni comía, estaba en una angustia tal, que mi propia madre, que me quería sola y para semilla; se asustó, y me aconsejó que saliera con otros hombres, “un clavo saca otro clavo” me dijo, como la gran solución.
Agonicé varios días...no sé cuantos...
Hasta que acepté un llamado y nos juntamos.
Se veía tenso y amargado, como yo; recibí explicaciones, y escuché las típicas excusas y frases repetidas, con una mezcla de pena-rabia…
Yo estaba emperrada y no le creí nada, no quería nada, ni juramentos, ni testigos, ni las promesas de su madre.
En ese momento sentía una gran pena y una gran desilusión, porque de nuevo mi madre tenía razón en lo que decía: los hombres eran malos y mentían, no valía la pena sufrir por ellos.
Lo que me dolía y aterraba más, era comprobar que tenía razón…una vez más


CarmenRosa

jueves, 27 de mayo de 2010

Cita con mi padre.El viaje.

El día que supe que mi padre biológico había muerto, tomé la decisión de “conocerlo”, aunque fuera en esa circunstancia: muerto y en el cajón.
Aunque ya no hubiera posibilidad de alguna relación”normal”, de una interacción real con esa figura fantasma, desconocida e innombrable en casa.
Innombrable, porque era el punto de partida de amargas discusiones, y sin sentido, con mi madre. Ella no entendía esa necesidad mía de hablar de él, no entendía que era mi manera de conocerlo.
Ella lo sufrió vivo, según me contaba en diálogos… ¿o monólogos?...llenos de rabia y rencores no asumidos.
Era su historia de vida con él, que era cierta y válida para ella, como mujer, persona y madre.
Fue una mala historia para ella.
Pero para mí no había historia, ese padre no existía; por muchos años ni siquiera lo había pensado, añorado… ¿Cómo podía?
Si no lo conocía…ni en una foto ajada y perdida en el tiempo, esas en que nadie reconoce a la persona retratada, ni recuerda la ocasión en que fue tomada.
No lo conocía ni siquiera por historias, ya que era nada, no existía en nuestras vidas.
Hasta que llegó el momento de conocerlo.
Una hermana de mi padre llegó a casa con la noticia: lo habían atropellado y estaba muerto.
No recuerdo mi sentir en ese momento, ni recuerdo cómo me lo dijo mi mamá.
Sólo recuerdo que partimos en esas micros antiguas, grandes, repletas de gente, malos olores, malos humores, sin recambio humano; las personas apernadas a sus asientos, con caras serias, asustadas y amargadas, en sincronía con mis sentimientos…parecía que no había final de recorrido, no llegábamos nunca, un viaje eterno y silencioso.
Después de lo que me parecieron horas, vueltas y vueltas por calles desconocidas, extrañas, y con la mente no sé dónde; llegamos a la casa de la tía Melania, hermana de mi padre, en donde era el velatorio.
Entro y me siento como suspendida en el aire, en el tiempo y lugar.
Era una pieza chica, desocupada abruptamente de sus muebles habituales, para recibir ese invitado inesperado y silencioso. Se notaban las marcas de las cosas sacadas y que dejan su huella polvorienta…
Había muchas personas, al medio se veía el ataúd…esperándome…A medida que entraba, las personas preguntaban quién era yo, y les decían: “Es la hija”.
Más sensación de irrealidad… ¿Hija de quién?
Y de extraña desconocida, pasé a ser la protagonista en ese momento. El silencio llenó la habitación.
Y me abrían camino hacia la zona central, hacia el protagonista de esa historia fúnebre.
Ahí iba yo, chica, flaca, de pelo largo y liso, representando mucho menos edad de la que tenía, vestida con unos pantalones y blusa sencillos, observada por todos y esperando mi reacción.
El piso era de unas tablas feas y miserables. Las personas se veían miserables.
Cuando al fin llegué, estaba en un estado tal, que no sentía ni pensaba nada.
Tanta historia y para eso.
No sentir, no pensar.
Vacío.
Y las personas dándome su pésame, diciendo que era un hombre tan bueno.
¿Habrá algún muerto malo?
Y yo, en un acceso de risa contenida, nerviosa, pensaba: ¿Qué hago aquí?
No siento pena ni dolor, y estas personas consolándome.
No hubo un cambio mágico, algo especial que cambiara mi vida, que la tocara.
En ese momento descubrí que era yo la importante, yo y mis sentimientos; los míos, por la vida y por las personas que a mí me interesaran.
No las que se suponen gravitantes como el PADRE.
Y salí de esa humilde pieza dejando atrás un fantasma, a mi padre fantasma…un hombre cualquiera…
Ni recuerdo su cara.
Y seguir con la misma vida, la de siempre…

CarmenRosa

Mi barrio

Yo viví en Irlanda, Irlanda n° 730, Las Condes. Una casa de 2 pisos, el segundo tipo casa A. Tenía closets a lo largo de la casa a ambos lados aprovechando el espacio entre la vertical y el techo inclinado.
Mi calle solo tenía 2 cuadras, pero la otra cuadra era curva así que terminaba en la calle paralela a mi cuadra. Eso confundía mucho a las visitas, depende por donde entraran a veces no podían encontrarnos!!!
Hacíamos muchas fiestas, nuestros cumpleaños, fiestas de curso, de fin de año, etc. Mis papás también, siempre les gustó invitar a su casa. No teníamos tantas sillas o sillones, pero el ventanal era tipo bowindow, así que nos sentábamos ahí, conversábamos, coqueteábamos.
Mi gran problema en las fiestas es que a mí me gusta bailar bien movido y con harto espacio y no faltaba el que me sacaba a bailar y ¡¡¡después a penas se movía!!! ¡¡¡Que rabia!!! Yo venía llegando de España y allá solo los lentos se bailaban de a dos, el resto solitos no más o en grupos.
En esa época se bailaban lentos, así que siempre estábamos esperando esa parte, la mejor de la noche. Oscurito, bueno, no tanto tampoco, en los brazos de alguien, bailando. Y mirando a las que nadie había sacado… Alguna vez también fui de ellas…
Pero el barrio era muy tranquilo, así que con los años los vecinos llamaban a los pacos cuando teníamos fiestas, había que bajar la música, relajarse un rato, pero después seguíamos no más!!!
Pero del barrio mismo nunca tuve amigos, en la casa de al frente habían 2 hombres y una mujer de nuestra edad más menos, pero nunca se armó nada.
A los lados había cabros chicos, aunque los vecinitos crecieron y uno sacó una voz… estereofónica, ¡¡¡casi casi daban ganas de soltarse el pelo e ir a visitarlo!!! JJAJAAA Pero a una le criaron señorita, no?
Mi casa estaba casi a la esquina y era la primeras que daba a mi calle, la de la esquina miraba a la calle de al lado. Al frente igual. El vecino que seguía por mi calle al frente era marino, menos nos relacionábamos con él, pero para el Año Nuevo era divertido, se tomaba sus copas de más y con sus amigos se ponía a marchar por la calle ¡con el paso de la oca y todo!
En las otras calles nunca se veía gente en la calle conversando ni nada, así que no tuve amigos en el barrio, pero nosotros éramos los que armábamos los carretes y los disfrutábamos.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Corazón Maldito, Berlín

Hace exactamente 30 años, vivía en Berlín, era el mes de junio, ya había comenzado la primavera, los arboles, con sus hojas verdes y las flores con sus aromas, aparecían las mariposas, parece el canto de los pájaros era más sonoro y alegre. Los alemanes que aprovechan al máximo cada rayito de sol que se asoma entre las nubes. Nuestra laguna artificial que queda frente al departamento, esta llena de patos y cisnes, los que también con sus sonidos nos anuncian que llego la primavera.

El invierno ya había pasado, ese año fue muy crudo, hubieron mas de 25 grados bajo cero. Cada mañana, muy temprano, me levantaba a las 5.30, el comienzo en el trabajo era a las siete cuarenta y cinco, el jardín infantil y el colegio abría sus puertas a las seis de la mañana. Los niños permanecían la mayor parte del día en el colegio, ya que se podían retirar a las 18 horas. Cada mañana al asomarme por la ventana, veía todo nevado, se sentían las maquinas muy temprano, los camiones de la municipalidad, tratando de retirar la nieve de las veredas, poniendo arena y sal, con la finalidad de que los transeúntes no se cayeran. Lamentablemente, al correr el día, esta blancura que en la noche daba una claridad, que parecía como si estuviera de día, daba la sensación que el cielo y la luna se reflejaban en ella. Al transcurrir el día, con el paso de los vehículos y la gente esta se pusiera negra, se ponía negra, era barro y lodo, todo esa maravilla blanca, se perdía.

Aunque hiciera mucho frío, igual había que levantarse e ir a trabajar, a dejar a los niños al colegio o el Kindergarten, los niños gozaban cuando había nieve, sacaban sus trineos, sus zapatillas de metal para tirarse o andar en la nieve, tratando que la nieve se convirtiera en hielo, buscando lugares en las escaleras del parque, se usaba lo que tuvieran a mano para convertirla en hielo, esta quedaba convertida casi en un espejo, se resbalaban en ella. Sin importarles si los adultos se caen y se fracturan.

Se realizo un encuentro en Kleinmagno, cerca de Potsdam, en un lugar precioso que se encontraba a una hora mas o menos de Berlín, se tomaba un tren rápido que era igual al metro, pero por las superficies. Esta reunión comenzaba el día viernes y terminaba el domingo. Se podía llevar a los niños quienes dormirían en un lugar cercano a nosotros, tome la decisión y partí. El tren me parece que volaba, los niños también estaban ilusionados, verían a otros niños que tal vez hablarían su idioma. Mi hijo mayor era él más feliz, se encontraría con otros niños que ya conocía, algunos fueron sus compañeros en los campamentos de verano.

En esa oportunidad venían chilenos de casi toda Europa, occidental y oriental. Participaría en ella como alumna y como traductora, si era necesario, ya que había una interprete.

= 2 =

Al llegar al lugar, muchos chilenos ya se encontraban allí. En especial los que venían desde mas lejos. El ambiente era festivo de mucha alegría, donde cada uno de los participantes contaba sus experiencias, como les había recibido el país en el que les había tocado vivir. Sobre sus trabajos. Hablaban de sus hijos, con quien los habían dejado. Aunque muchas de las mujeres los llevaron. Los que venían de Suiza te llevaban regalos, en especial chocolates, los de la otra Alemania o sea la RFA, nos trajeron cosas ricas que nosotros no teníamos, como paltas o duraznos pelados.

Era la oportunidad de hacer amigos, en especial con quienes compartiría el dormitorio, por dos noches, las piezas eran para tres personas. Eran piezas muy altas, con grandes ventanales, que daban a un bosque, cerca sentíamos el lago con sus aves, nos contaron que este se congelaba en el invierno y que se utilizaba para patinaje. El dormitorio lo compartí con Beatriz que venia de Holanda y Liliana de kolonia en la RFA. Ambas eran mas jóvenes y con una hija cada una. En aquel encuentro todas teníamos una chapa, yo me llamaba Mariela. Después me entere de sus nombres verdaderos. A Beatriz deje de verla se caso con un holandés, sin embargo, con Liliana, nos seguimos viendo hasta ahora, ella es una de mis mejores amigas, en aquella ocasión, me imagino, se crearon lazos muy fuertes los que perduran hasta hoy.

A los participantes, se nos asignaron las habitaciones y nos entregaron el programa, comunicándonos que esa noche habría una velada, que seria bailable, donde deberían salir a relucir todos nuestros talentos: como baile, poesía y canto. Continuaba feliz me gusta cantar, bailar y contar chistes, iba a tener la posibilidad de lucirme frente a mi marido, quien dictaría una charla sobre el movimiento obrero en Chile, en la mañana del día sábado.

Nos dieron algunas horas libres antes del almuerzo, pudimos salir a recorrer el bosque y ver donde se encontraban nuestros hijos, había hojas aun amarillas en el suelo, el canto de los pájaros, en diferentes tonos, mirarlos y verles saltar de rama en rama, admirar su plumaje de distintos colores, habían ardillas de color miel oscura, algunas en el suelo o sobre los arboles. Era idílico, seguía feliz e ilusionada. Todo estaba bien.

El almuerzo fue muy bueno con las típicas comidas alemanas, pernil, puré de arvejas, papas cocidas y naturalmente mucho chucrut y mostaza, las risas se escuchaban desde todas las mesas, algunas risas más altas que otras, todo el mundo expectante esperando las cosas que venían. Luego de tomar el café con el infaltable kuchen de manzana, regresamos a la sala donde continuarían las charlas.

Llego la noche, todos nos fuimos a comer, para luego regresar a nuestras habitaciones y vestir nuestras mejores tenidas, había que lucirse esa noche, era como volver a ser joven sin preocupaciones, sin hijos, ya que sabíamos que estaban bien cuidados. Estaban las ganas de compartir y ser feliz. Llegamos a nuestra habitación intercambiando tenidas, una dijo a ti hay que maquillarte un poco, hay que peinarte de otra manera. Cada una de nosotras saca de su maleta lo mejor que tenia de vestuario. Nos fuimos juntas riendo como niñas chicas, ya había nacido una amistad, existían muchas cosas que nos unían, todos los que nos encontrábamos allí, nos unía el exilio.

Llegamos a un salón muy grande, hubo gente que se preocupo de arreglarlo, con nuestra bandera chilena, estaba también la bandera de la RDA, muchos globos y mesas preparadas con flores, manteles largos y una orquesta que tocaba y amenizaba la comida, esperando el show que nosotros presentaríamos.

Mi esposo había estudiado en ese lugar durante un año, preparando una tesis sobre historia, por tanto, estaba muy familiarizado con el lugar.

Hubo un buen show, mi amiga Liliana, cantaba en varios idiomas, de hecho ahora es traductora de alemán e ingles y en eso se gana la vida, además, que envidia, siempre esta viajando. Tocaba la guitarra, yo la acompañaba con las canciones que conocía, decía tallas con doble sentido, era el alma de la fiesta. O sea nuestra mesa llamaba la atención de todas maneras. Beatriz es una morena muy interesante, pero más tímida que Liliana.

La velada fue grata, mi esposo se encontraba sentado en la mesa de los profesores o relatores, junto a la interprete, quien traducía a los anfitriones que eran los alemanes.

Comenzó el baile, muchos de nosotros no veíamos por primera vez. Yo no dejaba de mirar la mesa en la que mi esposo se encontraba, esperando que me sacara a bailar, eso nunca paso, su pareja de baile permanente fue Katherine, la interprete, en algún momento de la noche me acerque, me trato con mucha indiferencia y frialdad, haciendo casi como que no me conocía, fui y lo interpele diciéndole, que pasa, me retire fui a la mesa, me tome unos tragos. Me sentía realmente triste, mi animo había cambiado, decidí irme a mi habitación tratando de convencer a mis nuevas amigas que no pasaba nada, que no se preocuparan, solamente me dolía un poco la cabeza.

En la pieza comencé a pensar, ate cabos, cuando regresaba a la casa estaba raro, salía a almorzar conmigo y los niños y luego por la noche salía, con las disculpas más inverosímiles, en ese momento me convencí que él algo tenia con la interprete. Sentía pena y un dolor muy grande, rabia al pensar que lo que pasaba no me lo merecía. Los dos días restantes fueron un suplicio para mí, buscaba entre los participantes algún hombre con quien sacarle pica o rabia, pero no estaba en condiciones de hacerlo, estaba tan triste y con tanta rabia, que eso no serviría.

Regresamos a Berlín, me dedique a buscar entre sus bolsillos, mire su agenda hasta que descubrí que cada vez que salía con ella a comer, ponía un guión en la hora de la cita, llore, baje varios kilos, hice escándalos, la incertidumbre me consumía, que había entre ellos, era algo serio me dejaría a mí y a los niños.

Mi hijo un día me pregunto, ¿qué pasa con el papa?. Estas triste y preocupada y eso nos afecta a mí y a mi hermana, tienes que hablar con él, pero por favor sin llorar, haciéndome las preguntas que siempre daban en el blanco. ¿Por qué planchas tantas camisas?, ¿Porque hay tanta gente a la que tienes que cocinar?, Cuando tú lo único que quieres es leer, que el lleve sus camisas a la lavandería. En esos días planche muchas camisas de su ultimo viaje, se las entregue y dije que nunca mas plancharía camisas he cumplido nunca mas he planchado camisas.

En una oportunidad, era sábado por la tarde, sonó el teléfono, fui a contestar, y era Katherine, le respondí en alemán, mi esposo no habla alemán, le pregunte que quería y me dijo que tenia entradas para un concierto, me parece espectacular, a que hora y donde nos juntamos. Cuando mi esposo pregunto quien era, le dije era Katherine, pero no era para ti, era para mí, iremos a un concierto hoy por la noche. Tienes que quedarte con los niños. No mire su cara, me imagino, de mucha interrogación. Fuimos al concierto y luego a comer, conversamos mucho, me juro que ella admiraba mucho a mi marido, era muy mayor para ella, los viajes que él realizaba, su trayectoria política, sus programas en la radio, sus artículos en los diarios. Que era un personaje fantástico, se podía pasar horas escuchándole.

Naturalmente, yo le respondí que yo también le admiraba, pero si ella lo quería, yo no tenia problema, pero debían llevarse a los 2 niños, los chilenos son los machistas mas grandes de Latinoamérica, hay que cocinar cada día, viven con la casa llena de gente, ella debía decidir que hacia. A veces hay que planchar 15 o más camisas que tienen que estar muy bien dobladas, hay que hacer su maleta cada vez que viaja. Tu no puedes acompañarlo en sus viajes, no puedes salir de la RDA. No habla alemán, hay que ir a la reunión de la escuela y del jardín, hay que llevar a los niños al medico, al dentista. Además te lleva mas de 20 años.

Bueno, quedamos muy amigas, insistiendo siempre que entre ella y mi esposo no había pasado nunca nada mas, que siempre se juntaban a comer o tomar café no había nada mas y tampoco lo habría nunca. Me pidió mil disculpas por si me había perjudicado en algo, no fue nunca su intención.

Volví tarde a la casa, mi marido estaba despierto esperando que le contara que había sucedido, quizás penso que le iría a pegar o algo por el estilo, no conté nada y lo deje en suspenso, sin embargo, desde aquella ocasión, mi vida ha cambiado al cien por cien, tuvo que llevar a los niños al medico, participar cada vez que estaba en Berlín, en las reuniones del colegio, nunca mas he planchado una camisa.

Descubrí que nadie se muere por nadie y que el cuento “El niño que enloqueció de amor”, eso es, solo un cuento. Empece a salir sola, dejando los niños con él. Llevo 41 años de matrimonio, lo paso regio y me regala muchos perfumes, flores. Y muchos viajes.

María Angélica Rojas

"Rebobinando""Martes 25 de Mayo del año 2010"

Estaba ella vestida de fiesta Mirándome con sus ojos chispeantes Desde el pasado”

Anoche fue una noche femenina
De recuerdos, curiosidades
Escarbar y desenterrar
Hablar, contar, reflexionar, compartir y de nuevo hablar
Palabras, paladear, palpar, palmotear y repetir
Historias y similitudes
Ronda y danza de intimidades
Mujeres con sueños perdidos o enredados en el camino
Un pasado rebalsarte e incompleto
Inconcluso y decisivo
párrafos, cuentos, frases y proyectos
Perpetuados en el corazón
Mujeres, romance y epigramas
Proyectan, construyen y reconstruyen
Fragmentos, escenas, pautas y partituras silenciosas
Violines al oído
Desgarros interiores
Pasiones y risas
Muchas risas
Invernadero de pensamientos mudos
Gritos de entusiasmo
Destape de soledades
Cómplices de intuiciones y del alma
Maduras, de calvicies disfrazas de púrpura e intenciones
Enteras, interesantes e interesadas
En pisar escalón sobre escalón
Exponer y exponerse
Mojarse y regalarse
Lavar, limpiarse y sostener
Detenerse y volver a reiniciar
Inventarnos y disfrazarnos para seguir
Armarnos las alas y volar
Sembrar, pararse y cosechar
Abrazar y crecer
Revivir y jugar
Con ganas, con gusto, con sabor, con color,
Oler, respirar e inspirar
parar y seguir
Anoche fue una de esas fieles noches de recuerdos
Conocimos algunos padres y madres
Reconocimos a otros como nuestros
nos emparentamos con mas de alguna actitud represiva y reiterativa de nuestros propios ancestros
enredamos similitudes y conjugamos
oincidimos
Desconocimos ciertas páginas y caímos en profundas y reflexivas profundidades
Largas y extendidas
Padres, represiones, juegos inconclusos
Interrupciones , puentes y cortes en el camino
Sorpresas y sortilegios
que nos dejan prendados para siempre
Amor, madre, amamantar, leche
Astrología, astrónomo, joven, hijo, músico y afable
hombre
Invadió de jovialidad el espacio y como espectador escucho los repletos pasados
Que atiborrados y en filita se venían encima
Uno sobre otro
Manuel y daniel Pacientes y concientes
Respetuosos adornaron nuestra especial velada
dieron la cara por el sexo opuesto
Y aguantaron estoicos hasta el final.

Sangre de nuestra sangre
Esfuerzos orgullos trabajo y murmullos variados
Murmullos misteriosos
Poesía, juventud y sueños
Estampe de palabras inolvidables
Urdir las historias de los hijos
Y alargar los hilos y las lanas para que tejan la propia vida
Eso hicieron y hacemos las madres
De padres represores y padres de arado, tierra y estructuras
De amores perros e inconcientes
De amores eternos e inolvidables
De fantasmas y fantasías
Soledades y sortilegios
Que dulce la Claudina
Su mesa preparada esperando desconocidos
Quienes sin querer derramamos palabras , risas y coincidencias
es ese calido espacio, interminable de conversaciones, presentaciones e intimidades
Madres, todas madres…….
Que pena que Nora no nos acompañara
Ya estamos todos en una línea, que se une en una ronda
Y en la cual jugamos y compartimos espontáneamente fragmentos y momento
Tenía que contarte que el tema de Piñera no era absoluto
Que tiene sus matices y cuentos en el orden de las razones
Lilian, envidiable y libre
Como te aflora por los poros la libertad
En ningún minuto vi preocupación alguna, de cómo llegarías a su casita
Ese hecho te define, libre segura y mas que conciente
Valiente y mujer
Katty, mira como todo conjuga
Expresaste tu interés por la diversidad de temas relacionados con las mujeres
Y que tuvimos?????????
Un cóctel de cuentos e historias femeninas y del alma
Necesaria para un grupo que sortea tanta intimidad
También un dejo importante de presencia y valiente intervención del sexo opuesto

Ojala que para la próxima
las que faltaron se arriesguen y se una a la fila
Para que las risas se escuchen mas fuerte y nos impregnen..........

“Estaban todos posando, radiantes y con la juventud congelada”
James Raby

Mi barrio, mi vida

Caminaba por una estación del Metro, algo distraída pero apurada, impaciente. Me aboqué a mirar uno de los tantos “collage” que entretienen la espera del próximo tren. Un afiche llamó mi atención: Invitaba a cualquier mortal a escribir historias de su barrio. Eso me motivó.
No puedo negar que esta idea me tuvo enganchada todo el trayecto hasta mi casa. Mientras pensaba en todo lo que significaba empezar a relatar algunas de mis mejores anécdotas, una sonrisa pícara se dibujó en mi rostro. También sentí una presión en el pecho al acordarme de situaciones desgarradoras que más de una lágrima me ocasionaron.
Ya en casa, me tendí en la cama y mientras seguía tratando de elegir las historias a las cuales me abocaría, me concentré en observar el techo del dormitorio, que parecía a un cuadrado blanco de una sala de orates. Una sensación rara me embargó, de alguna manera el “cartelito del concurso” había removido mis entrañas. Tenía que traer al presente la relación con los vecinos con los que he compartido en estos últimos años, con todo lo que eso conlleva: gatos, perros, canarios, y por supuesto aquellos “sabios consejos”, que se reciben sin pedirlos.
Junto a mi familia llegué a este barrio hace nueve años, y buscando seguridad más que nada, elegimos un condominio de clase media. Admito que estaba feliz, pero al primer día, cuando desperté con los llantos del bebé del lado, me di cuenta que al parecer habíamos elegido una casa demasiado “pareada”, hasta comencé a escuchar el agua correr y el cantar de mi vecino bajo la ducha.
Cuando salí al balcón para contemplar la vista panorámica de mi barrio me encontré con una fábrica de cartones. ¡Plop! Al hacer memoria, recordé que habíamos venido un domingo a elegir la casa, cuando dicha fábrica estaba cerrada. Ya no había remedio y me resigné, pensando que ésta era una fuente de trabajo para muchos obreros, creo que en ese entonces yo era un poco más optimista.
En ese entonces yo era jefa de local de un salón de ventas de carteras italianas. Salía a las nueve de la mañana, para regresar de noche. Miraba de lejos el condominio, lo encontraba distinguido, el barrio hermoso con sus árboles. Sobresalían dos casas grandes al otro lado de la calle, me preguntaba quiénes vivirían allí.
Al llegar, meneando sus colas, siempre me esperaban dos quiltros enfermos de juguetones; otros perros de raza, ufanos y muy bien cuidados, me ladraban detrás de las ventanas. Me pregunto si al estar libres también serían capaces de recibirme alegres.
Los niños también se encariñaron con aquellos “quilterris”, que eran alimentados con sobras de comidas. Estos perrunos fueron bautizados como Jefferson y Flaviana. Era un cariño recíproco. Cuando queríamos travesear con ellos, había que hacerlo fuera del condominio, pues algunos vecinos no querían “malas juntas” para sus regalones. Eso no me gustó.
A medida que pasaban los meses ya tenía un perfil de mi barrio, con trece familias distintas había harto que observar. Tuve que empezar por asistir a reuniones de la Junta de Vecinos del condominio, donde claramente se manifiestan los que “llevaban la batuta”.
La presidenta quería apropiarse de un área verde común que colindaba con su casa; el aire olía a camaradería entre los votos que la apoyaban.
Reclamé, pues me pareció injusto que se aprovechara de un espacio que nos pertenecía a todos, así que me opuse rotundamente a ello. Creo que desde ese momento pasaba a ser persona “non grata” y fiel candidata al premio “limón”.
Resolvieron plantar pinos divisorios de dos metros para “apoyar el área verde”, que hoy sirven de barrera para que nadie pueda ver cómo la vecina organiza este espacio para su beneficio.
Estas situaciones me provocaban cierto cansancio, pero nada me alegraba más, cuando llegaba de mi trabajo y a lo lejos, Flaviana y Jefferson, me divisaban y corrían a encontrarme, sólo para menearme la cola, estampar sus sucias patas en mi uniforme y mordisquearme los talones. Con sendos hoyos en las panties y muerta de la risa supe que amaba a estos animales.
Lo ácidos comentarios de la presidenta, que proclamaba a viva voz los abandonados que se sienten los niños cuando sus mamás salen a trabajar y quedan al cuidado de las nanas, realmente hacían cuestionarme mi felicidad. No puedo negar que un sabor amargo invadía mi boca, no sabía si esta señora tenía razón o su conducta reflejaba la rabia al no poder conseguir el voto para su “extensión de terreno”.
Poco a poco empecé a sentir que después de haber recorrido casi todo Santiago, había elegido mal el barrio. Preferí avocarme a mis otros vecinos y encontré gente muy simpática, aunque solo tenía los fines de semana para compartir con ellos, y a veces lo pasaba muy bien.
Descubrí que la vecina que salía a las cuatro de la mañana con una túnica blanca, pertenecía a una agrupación filosófica, que hasta hoy no sé como se llama. Sus niñitos eran los más rebeldes del condominio y se dedicaban a quebrar algunas plantas, después todos se sentaban en posición de yogui para entonar el “om”. Aunque no me gustaba que tuvieran, como mascotas, pajaritos encerrados en una jaula ni que destruyeran nuestra ecología, igual me reía harto con ellos.
También había un matrimonio que ocupaba la casa más grande, fueron los primeros en llegar. Él era psicólogo, ella asistente social, qué bueno pensé, por lo menos hay “cableado a tierra”. Siempre estaban prestos a solidarizar con los más débiles y a proponer acuerdos neutrales en las ya disputadas reuniones del vecindario, no duraron mucho en la directiva, ya que aún la familia más consolidada no puede con un conglomerado de compadrazgos, pensé que para ellos podría haber sido más fácil resolver nuestros conflictos y desacuerdos.
Era la primera vez que estaba en un barrio por tanto tiempo y el sentimiento comunitario estaba dándome la primera incertidumbre.
Conocí al vecino que vivía al final del pasaje, con su segundo matrimonio. Uno de los hijos, morenito, no se parecía a él, los otros sí. La señora no participaba con nosotros. Este caballero era el más divertido de todos, el alma de las fiestas, la simpatía hecha persona; el primero en sacar a bailar a esa vecina soltera, la que apoyada en sus ideas feministas se jactaba que no necesitó de ningún hombre para comprar la misma casa que elegimos todos. Yo la aplaudía, ella revolucionaba el vecindario, de vez en cuando la encontrábamos algo arista y distante, pero aún así pudo más que todas juntas con su independencia. Hasta hoy la sigo admirando. Eligió como pareja a un caballero de edad avanzada; cuando los chiquillos lo ven salir de su casa le gritan: “¡Calorub pa´l tata!”. Suerte que hay buen humor.
Y hablando de humor… está el matrimonio de profesores, con un “niñito” que mide casi dos metros. Viven con la suegra de él, su cuñado, un perro y una selva de cardenales rojos, blancos y violetas. Buenos para el carrete los profes. Toman del buen vino y su casa pasa llena de gente los fines de semana. Me acuerdo que en una de las últimas reuniones sólo se habló del salto de la profe por encima del portón eléctrico. Eran las cuatro de la mañana, sola y sin llaves, no pudo despertar a nadie en su casa, pero sí al resto del condominio. Pensamos que un ladrón estaba trepando el muro, pero era nada menos que la profe que venía de un “carrete”. Todos coincidimos en que lo tomado y lo bailado debía ser registrado en el acta.
Poco a poco sentía que empezaba a ser parte de un lugar, mi marido trabajaba en otras ciudades, solo compartíamos los fines de semana; conocíamos todo Chile por su trabajo. Con mis niñitas a cuestas, nos habíamos hecho casi nómadas, y ahora menos mal que ya pertenecíamos a un barrio.
Oriunda de Valparaíso, en Santiago no tenía a nadie. La imagen de familia que reflejábamos ante el condominio era fuerte, de unión sobretodo por el sólo hecho de no transar con las áreas verdes tan disputadas, pero de repente nos dimos cuenta que con mi marido, habían más cosas que nos separaban que las que nos mantenían juntos.
Llegó un momento, que no se lo deseo a nadie, cuando me pidió la separación, pues él no compartía la idea que yo trabajara fuera, porque sentía que las niñas quedaban abandonadas y nunca estuvo de acuerdo con tener nana. Sentí que el mundo se derrumbaba, pues no iba a renunciar a mi trabajo y eso significaba la separación inminente, y sin desearlo me convertiría en la “separada del barrio”. Con una enorme pena, tendría que afrontar las reuniones sola y con un fracaso a cuestas.
Llegó el día del aniversario del condominio. Recién separada, con evidentes signos de enclaustramiento, sentí que golpeaban a mi puerta una y otra vez, como para despertarme a la vida y animarme. Eran las mujeres del condominio, me traían una invitación para un asado bailable, la cual rehusé.
Eran la doce de la noche y mi dormitorio se remecía con la música. Esta vez mis hijas venían a buscarme. Insistentemente me pedían que me integrara: “mamá queremos verte como antes: alegre, que te diviertas”, me decían. Después de pensarlo unos segundos, acepté provocando un tenue brillo de emoción en los ojos de mis niñas.
Me levanté raudamente. El recuerdo de vida matrimonial se reflejaba en mis ojeras. Mirándome al espejo detenidamente tomé conciencia de mi delgadez y de los pómulos prominentes por sobre una piel pálida, que ahora comenzaban a cobrar vida gracias al maquillaje. Ya había perdido la cuenta de cuando había sido la última vez que me “producía” para una fiesta.
Me esperaba el asado y tal vez la oportunidad de integrarme nuevamente a la comunidad. Llegué de improviso ante la mirada atónita de mis vecinos, el abrazo de uno de ellos y el escuchar la palabra “bienvenida”, me remeció el alma. Preocupados por mi bajo peso me sirvieron un tremendo trozo de carne con hartas papas. Las preguntas por mi trabajo reemplazaban las que me hacían sobre mi ex marido. Se notaba algo de desconcierto al no saber qué preguntarme, y yo acepté que, desde ese minuto, todos ellos pasarían a ser como una familia.
Hacía bastante tiempo que no me sentía bien, lo que más me reconfortaba era ver a mis niñitas bailar animadamente. Armaron un trencito; me tomaron para una ronda, los seguí y empecé a darme permiso para disfrutar de algo tan simple. Seguí bailando y de repente paró la música, miré algo confundida y vi como la administradora del evento dio por terminada la fiesta. Con mis hijas nos encogimos de hombros y nos retiramos, dando las gracias por lo comido y lo bailado.
Después de unos días me enteré que algunas señoras sintieron celos de la “separada”. Sentí que las puertas femeninas me daban en las narices; me refugié en mi trabajo y mientras más conocía a mis vecinas, más amaba a Jefferson y a Flaviana.
Pasaron los años, mi barrio cambó: los árboles crecieron, los niños se hicieron jóvenes, y yo me sentía como en “stand by”, necesitaba proyectarme, asumir mi realidad, pero seguía añorando mi vida de casada. Igual fui a los Tribunales de la Familia para legalizar la separación. Nos encontramos allí con mi marido, o mi ex, y después de no sé cuántas charlas de la orientadora matrimonial, ambos sentimos que jamás debíamos habernos separado, recuerdo que estábamos citados por última vez, ya estaba todo listo, solo faltaban nuestras firmas, y nos sentamos en los peldaños de la escalera de aquel frío edificio, nos miramos y empezaron a caer las lágrimas, un abrazo nos estremeció y no queríamos soltarnos ni entrar a esa oficina, ambos sabíamos que quizás esa sería la última vez que nos abrazaríamos. Varias personas salieron a mirar, pero nadie quería interrumpirnos, menos las funcionarias de los Tribunales de la Familia, hasta que nos llamaron casi a la fuerza para decirnos que al parecer no necesitábamos una separación, sino que más tiempo para conversar y tal vez darnos otra oportunidad.
Éramos dos personas distintas, ya más maduras y con toda la libertad del mundo volvíamos a querer estar juntos. No fue fácil, yo algo cansada de trabajar, renuncié, previo compromiso, por parte de él, de que nunca más yo tendría la necesidad de salir de la casa para ser valorada. Era la primera vez en quince años que la persona más importante en toda mi vida me decía: “quiero envejecer contigo, quiero ser dueño de todo tu tiempo, quiero que me devuelvan mi exitosa, pero trabajólica, señora.”
Fui testigo de cómo mi marido se integraba al barrio. Uno de los vecinos que más difícil me hizo la vida en las reuniones, lo abrazó y le dijo que jamás debería haber estado ausente.
Ya han pasado cinco años de aquel entonces. Una de mis hijas es universitaria y gran amiga del hijo del vecino de la casa grande del frente. Mi hija más pequeña, con la que bailamos tanto la noche del asado aquel, ya va a cumplir 15 años, y seguimos bailando harto, pero en el living de la casa.
Mi marido sigue viajando, y hoy, un poco más viejos, lo único que queremos es estar más tiempo juntos, pero su trabajo lo impide. Yo salgo al mismo balcón de hace nueve años y saludo a la vecina, hoy dueña de toda la industria de cartones. La veo sonriente, se separó, pero ya tiene una nueva pareja.
Mis vecinos de la casa colindante, han dejado de escuchar música esotérica, creo que también se separaron, ya no se ven las túnicas colgadas, ni se sienten los canarios. A veces me encuentro con sus hijos, también grandes, pero con una gran incapacidad para comunicarse, el “hola” ni se les escucha. Mis plantas están a salvo, aunque preferiría seguirlas cuidando de ellos, tengo pena y no sé por qué.
No nos hemos dado ni cuenta cómo han pasado los años. Tuve que acostumbrarme a muchas cosas que no esperaba, ahora más tranquila, tengo tiempo para observar y entender mejor la vida en comunidad, aunque me siguen golpeando fuerte ciertas cosas. La semana pasada los niños gritaban avisando que la perrera se había llevado a la Flaviana. Afortunadamente Jefferson escapó. Aquel día no meneó su cola, llegó por la noche, se echó sobre el pasto, con su mirada fija en la cuadra, apenas notó que me senté junto a él. Lo acompañé hasta la madrugada.
Hoy ya tiene nueva novia, una perra “rucia” que no se mueve del su lado.
Quienes formamos parte de un barrio, de alguna manera también somos parte de la historia de nuestros vecinos, porque si comparamos, yo no llevo viviendo nueve años al lado de mi mamá o mi suegra, llevo nueve años al lado de doce familias que no tienen ningún vínculo sanguíneo conmigo, sin embargo nos hemos visto envejecer; nuestros hijos han crecido y estudiado juntos; hemos llorado por la Flaviana; nuestros jardines han renovado rosas durante una década, hemos chocheado con los bebés que han llegado ahora último; nos protegemos mutuamente para los temblores; salimos todos cuando una alarma suena de noche; nos angustiamos si nuestros jóvenes van a sus fiestas; nos preocupamos si llega una ambulancia… Hemos desarrollado valiosos lazos de amistad, sentimientos profundos y fuertes, que ojalá perduren y sigan amaneciendo cada vez que abrimos las puertas de nuestros hogares.

Este fué mi primera incursion en la literatura. Obtuve el tercer lugar en el concurso "Historias de mi Barrio" organizado por Prodemu. No paré mas, sólo que me mandaron a los talleres y a estudiar.

Tarea para la Democracia

Abuelita, nos dieron un cuestionario en clase de Historia. La señorita nos mostró un video de los últimos treinta años para que reconociéramos algunos personajes destacados. ¿Me ayudas?
-¡Cómo no! Espero acordarme de todo, mi reina.
-Abuelita, ¿Todos los que salen en la tele son famosos?
-Bueno... algunos sí, otros no.
-¿Ese caballero Frei, que sale en las noticias, él si es famoso?
-Sí, porque fue presidente y además es hijo de otro presidente.
-¿Y la Ministra de Educación Mariana Alwyn?
-Ella es hija del primer presidente civil después de la dictadura.
-¿Tiene una hija que hace teleseries?
-Sí, ella es nieta de un presidente.
-¡Oye! ¿Y Pinochet de quién es hijo?
-No lo sé, mi reina, no lo sé... -contestó la abuela un tanto incómoda.
-¿Y ese caballero que sale ahora en la tele, de barba y lentes, que habla de la Presidenta Bachelet?
-¡Ah!, es el Ministro Lagos Weber, hijo del Ex presidente Lagos.
-Abuelita… tú también salías en el video que nos mostró la profesora -reveló con un tono de perplejidad.
-¿Yo?
-Sí, estabas bailando sola, portabas un cartel y tenías una foto de mi abuelo colgada al pecho. ¿Abuelita, por qué estas llorando?



LILIAN PINTO DURÁN (Valparaíso 1960). Premio: 3er. Lugar Cuentos Historias de mi Barrio, 2005, publicada en la Antología del mismo nombre. Finalista en el Concurso de Cuentos Cortos, Escritores.cl, 2006. Algunos de sus cuentos han sido publicados en Revista Literaria Rayentrú.

Este cuento corto fué publicado en Le Monde Diplomatique y leído en dos radioemisoras Argentinas.Año (2009-2010)

Presentación

Este blog ha sido creado para que los que asistimos al Taller de Autobiografía del Café Literario de Providencia año 2010 compartamos, conversemos y lo que venga de las creaciones de cada uno de nosotros.
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