domingo, 30 de mayo de 2010

Corazón maldito. Mi primer amor.

Te odio y te amo
dirás cómo es posible
no sé
pero te odio y te amo


Yo era la dentista, y él, mi paciente.
Entre citas y con secretarias entremedio, esperando que le hiciera efecto la anestesia, calmando su ansiedad por el tratamiento, nerviosa porque me gustaba, y mucho, haciendo más lenta la atención por tanta conversación.
Empezó como una relación profesional, que pasó a amistosa; con el pasar de los días, las miradas, esperas y conversaciones, al terminar la profesional, continuaron las salidas, ya pasando a otro nivel.
Él me hizo un trabajo de joyería, muy finamente, con mucho cuidado y a mano, con paciencia infinita.
Yo estaba muy prejuiciada en contra del género masculino, y tenía mucho miedo al amor. La típica historia de hija de mujer separada, resentida y amargada, que traspasa toda esa hiel a la hija única, yo.
Educada entre puras mujeres, tías y compañeras de liceo, de niñas por supuesto. Cero presencia masculina…olvidaba al profe de Religión, un curita viejo y gruñón. Gran aporte.
Recién recibida, jovencita, 22 años, con cambios trascendentes; de contar monedas, al dinero abundante, salidas importantes y extravagantes, sintiendo el mundo a mis pies, cambiando mi vida en un 1000%, y para postre, este amor que venía a desmentir todo lo malo y feo inculcado por mi madre.
Era una relación maravillosa, mi primer amor, perfecta en todo, descubriendo el amor, la amistad, el sexo, el compañerismo; descubriendo y amando al Hombre.
Recuerdo una caminata otoñal solitaria, en el Parque Forestal, creo; sendero infinito, día nublado, cayendo las hojas, volando a nuestros pies, empieza a caer una lluvia fina, y seguíamos embobados caminando, conversando y compartiendo ese momento mágico, en que parecíamos los únicos habitantes del mundo, un mundo nuestro y especial.
Era joven y caballero, buen mozo, muy risueño y galante; amoroso, que recordaba con mimos y regalitos esos pequeños aniversarios: primer mes, primera salida, primer beso, mi santo, etc. etc. y sin motivo muchas veces.
Y convertía mi vida en risa y alegría, con su amor y su humor.
Lo único que yo esperaba era el término de la jornada de trabajo, para vivir esta magia que embellecía mi mundo. Trabajaba con esa cosa rica en la guata, esperando la hora de nuestras citas, ansiando su presencia, sus palabras y sus caricias.
No había cansancio, no existían los problemas ni sinsabores, no había espacio para nada más que él y yo. Todos los días y fines de semana lo mismo, una rutina amorosa maravillosa.
Con él aprendí a conocer la pasión, la pasión sexual, a sentirla y a perderle el miedo.
En un par de citas hubo preámbulos amorosos más serios, pero quedó en eso…preámbulo…
Yo, me puse a llorar y él, amoroso a morir, me consolaba tiernamente y calmaba mis miedos a esa primera vez, a ese temido, desconocido y sobrevalorado sexo carnal.
Hasta la noche fatal…¿por qué la noche es tan mala?
Llego a casa y mi madre me dice: siéntate, y tenía una cara de circunstancias y un tono q no presagiaba nada bueno.
-¿Qué pasa? ¿Peleas con las tías-abuelas?? …Lo digo con impaciencia y cierta prepotencia… de nuevo las mismas leseras pienso.
Y me responde: llamó la señora de este joven.
-¿Qué joven?...no entendía nada.
-Él que sale contigo pues (llevaba como un año de pololeo y para ella, era aún el que salía conmigo…jajaja)
Ahí recién caí, literalmente.
Sentí un mareo, y un vacío, un pozo negro que se abría y me tragaba, y no quería salir de allí, días y días, llorar y llorar…no quería nada, ni cumplir con mi trabajo ni con nadie.
Día, noche, día, noche…no sé cuantas…perdida, no quería verlo ni oírlo, ni saber nada de él.
Ni comía, estaba en una angustia tal, que mi propia madre, que me quería sola y para semilla; se asustó, y me aconsejó que saliera con otros hombres, “un clavo saca otro clavo” me dijo, como la gran solución.
Agonicé varios días...no sé cuantos...
Hasta que acepté un llamado y nos juntamos.
Se veía tenso y amargado, como yo; recibí explicaciones, y escuché las típicas excusas y frases repetidas, con una mezcla de pena-rabia…
Yo estaba emperrada y no le creí nada, no quería nada, ni juramentos, ni testigos, ni las promesas de su madre.
En ese momento sentía una gran pena y una gran desilusión, porque de nuevo mi madre tenía razón en lo que decía: los hombres eran malos y mentían, no valía la pena sufrir por ellos.
Lo que me dolía y aterraba más, era comprobar que tenía razón…una vez más


CarmenRosa

No hay comentarios: